11 de diciembre de 2008

Esbjerg, er noerved kystten por BlogworkOrange

Desde Bonao a la capital de 17 años, nunca había estado lejos de mi familia; no sabía lo que era no tener ropa limpia. Poco a poco los pantalones, las camisas, las medias y los pantaloncillos se fueron acumulando en un rincón hasta que mi habitación empezó a oler a cueva.

Yo vivía en una pensión de la calle Las Damas, 55 pesos al mes; la pensión de Doña Niña, una vieja con un solo diente, muy fea, y muy amable mientras no te atrasabas con la renta. Yo me pasaba el día entero en la universidad, no quería regresar a esa habitación con esa camita sándwich sin sábanas, con esa estufa eléctrica de una hornilla, con ese abanico de mesa. Salía cuando cerraban la biblioteca, caminaba lentamente los cuatro kilómetros toda la Independencia, subía uno a uno los 87 escalones, abría la puerta cogiendo mucha lucha con la llave, hervía un plátano, si había luz, picaba un tomatico barceló, y me acostaba con los ojos abiertos; en un mes rebajé más de 20 libras.

Muchas veces, especialmente cuando llamaba a Mamatita, me daban deseos de agarrar una guagua para Bonao, pero bien sabía que eso era lo que esperaba todomundo catalogándome de nietecito preferido totico, así que ese primer semestre se sintió como un siglo, y yo aguanté como un hombre hecho y derecho carajo. Seguir leyendo

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